- Podes cambiarle el look a Blanca nieves
- Solo tenes que hacer un click sostenido sobre; las prendas , zapatos y accesorios que mas te gusten , y empeza a crearle distintos estilos a la Princesa
martes, 9 de junio de 2009
A jugar vistiendo a Blanca nieves!
A jugar recordando!
- Solo tenes que prestar mucha atencion y escuchar
- Tenes que hacer un click a cada uno de los enanitos que va a tocar una nota musical y tratar de recordar cada uno de ellos .
A jugar pintando!!
- Te invito a que juegues desde aca pintando a Blanca Nieves
- Hace un click sobre los colores que estan al lado del dibujo y pintalos usando tu imaginacion.
Blanca Nieves
Erase una vez una hermosa reina que deseaba ardientemente la llegada de una niña. Un día que se encontraba sentada junto a la ventana en su aro de ébano, se pico el dedo con la aguja, y pequeñas gotas de sangre cayeron sobre la nieve acumulada en el antepecho de la ventana. La reina contempló el contraste de la sangre roja sobre la nieve blanca y suspiro.
-¡Como quisiera tener una hija que tuviera la piel tan blanca como la nieve, los labios rojos como la sangre y el cabello negro como el ébano!
Poco tiempo después, su deseo se hizo realidad al nacerle una hermosa niña con piel blanca, labios rojos y cabello negro a quien dio el nombre de Blanca Nieves.
Desafortunadamente, la reina murió cuando la niña era muy pequeña y el padre de Blanca Nieves contrajo matrimonio con una hermosa mujer y cruel que se preocupaba mas de su apariencia física que de hacer buenas acciones.
La nueva Reina poseía un espejo mágico que podía responderle a todas las preguntas que ella le hacia. Pero la única que le interesaba era:
-Espejo mágico, ¿quien es la más hermosa del reino?
Invariablemente el espejo le respondía:
-¡La más bella eres tu! La vanidad de la Reina vivía satisfecha con la respuesta, hasta que un día, el espejo le respondió algo diferente:
-Es verdad que su majestad es muy hermosa ; pero ¡Blanca Nieves es la más hermosa del reino!
Enfurecida, la envidiosa Reina grito:
-¿Blanca Nieves más hermosa que yo? ¡Imposible! ¡Eso no lo tolerare!
Entonces mando llamar a su más fiel cazador.
-¡Llévate a Blanca Nieves a lo mas profundo del bosque y mátala! Tráeme su corazón como prueba de que cumpliste mis ordenes.
El cazador inclinó la cabeza en signo de obediencia y fue en busca de Blanca Nieves.
¿Adónde vamos? preguntó la joven.
-A dar un paseo por el bosque su Alteza, -respondió el cazador. El pobre hombre acongojado, sabia que seria incapaz de ejecutar las ordenes de la Reina. Al llegar al medio del bosque, el cazador explico a Blanca Nieves lo que sucedía y le dijo:
-¡Corre vete lejos de aquí y escóndete en donde la Reina no pueda encontrarte, y no regreses jamas a palacio!
Muy asustada Blanca Nieves se fue llorando, el cazador mató a un jabalí y le saco el corazón.
"La Reina creerá que es el corazón de Blanca Nieves" -pensó el cazador -."Así la princesa y yo viviremos mas tiempo".
Blanca Nieves se encontró sola en medio de la oscuridad del bosque. Estaba aterrorizada. Creía ver ojos en todas partes y los ruidos que escuchaba le causaban mucho miedo.
Corrió sin rumbo alguno. Vago durante horas, hasta que finalmente vio en un claro del bosque, una pequeña cabaña.
¿Hay alguien en casa?- pregunto mientras tocaba a la puerta.
Como nadie respondía, Blanca Nieves la empujó y entró. En medio de la pieza vio una mesa redonda puesta para siete comensales. Sintiéndose segura y al abrigo, subió las escaleras que conducían a la planta alta donde descubrió, una al lado de la otra siete camas pequeñas.
"haré una pequeña siesta" -se dijo- ¡Estoy tan cansada! "
Entonces se acostó y se quedo profundamente dormida.
La cabaña pertenecía a los siete enanitos del bosque. Eran muy pequeños, tenían barbas largas y llevaban sombreros de vivos colores. Esa noche regresaron de una larga jornada de trabajo en la mina de diamantes.
-¡Miren! ¡Hay alguien durmiendo en nuestras camas! Uno de ellos tocó delicadamente el hombro de Blanca Nieves quien despertó sobresaltada.
-¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? -preguntaron los enanitos sorprendidos.
Blanca Nieves les contó su trágica historia y ellos la escucharon llenos de compasión. -Quédate con nosotros. Aquí estarás segura. -¿Sabes preparar tartas de manzana? -preguntó uno de ellos.
-¡Sí, sí! Puedo preparar cualquier cosa -respondió ella contenta.
-La tarta de manzana es nuestro postre preferido
-le dijeron.
Blanca Nieves se ocupaba de las faenas de la casa mientras ellos trabajaban en la mina de diamantes, y en la noche ella les contaba divertidas historias.
Sin embargo. Los enanitos se sentían inquietos por la seguridad de Blanca Nieves.
-No hables con extraños cuando estés sola. Y, sobretodo, ¡no le habrás la puerta a nadie! - le advertían al salir.
-No se preocupen. Tendré mucho cuidado -les prometía. Los meses pasaron y Blanca Nieves era cada vez más hermosa. Leía, bordaba y cantaba hermosas canciones. Algunas veces soñaba que se casaba con un apuesto príncipe.
Entretanto la malvada Reina convencida de que Blanca Nieves estaba muerta, había cesado de interrogar a su espejo mágico. Pero una mañana decidió consultarlo de nuevo.
-¿Es verdad que yo soy la más hermosa del reino?
-preguntó
-No, tu no eres la más hermosa, la más hermosa -respondió el espejo- es Blanca Nieves sigue siendo la más hermosa del reino.
-¡Pero Blanca Nieves esta muerta!- No -contestó el espejo-. Esta viva y habita con los siete enanitos del bosque.
La Reina encolerizada mandó buscar al cazador, pero este se había marchado del palacio. Entonces empezó a pensar como haría para deshacerse ella misma de la joven de una vez por todas.
Blanca Nieves estaba preparando una tarta cuando una vieja aldeana se acercó a la casita. Era la malvada Reina disfrazada de mendiga.
-Veo que estas preparando una tarta de manzanas -dijo la anciana asomándose por la ventana de la cocina.
-Si -respondió nerviosamente Blanca Nieves -. Le ruego me disculpe pero no puedo hablar con extraños.
Tienes razón! -respondió la Reina-. Yo simplemente quisiera regalarte una manzana. Las vendo para vivir y quizás un día quieras comprar. Son deliciosas ya veras.
La Reina corto un trozo de manzana y se lo llevo a la boca.
-¿Ves hijita? Una manzana no puede hacerte ningún mal. ¡Disfrútala! Y se alejo lentamente.
Blanca Nieves no podía alejar sus ojos de la manzana. ¡No solo parecía inofensiva, si no que se veía jugosa e irresistible!
No puede estar envenenada la anciana comió un trozo, se dijo. La pobre Blanca Nieves se dejo engañar. ¡La malvada reina había envenenado la otra mitad de la manzana! Poco después de haber mordido la manzana Blanca Nieves cayo desmayada y una muerte aparente hizo su efecto de inmediato. Allí encontraron los siete enanos al regresar de la mina.
-¡Esto sin duda alguna es obra de la Reina! -gritaron angustiados mientras intentaban reavivar a Blanca Nieves.
Pero todo era en vano, la muchacha inmóvil, no daban ninguna señal de vida. Su aliento no empañaba el espejo que los enanitos le ponían cerca de la boca.
Los siete enanitos lloraban amargamente la muerte de Blanca Nieves y no querían que de ninguna manera separarse de ella. Tal era su belleza que al vera daba la impresión de que estaba dormida. Posiblemente pensaron, era víctima de un hechizo. Entonces decidieron ponerla dentro de una urna de cristal y hacer turnos para cuidarla.
Un día un joven Príncipe. que pasaba por el bosque oyó hablar de la hermosa princesa que yacía en la urna de cristal.
¡Como quisiera verla! Pensaba mientras se dirigía a la casa de los siete enanitos.
Al verla, el príncipe se enamoro inmediatamente de ella. -¡Era la joven más hermosa que jamas había visto! -¡por favor déjenme cuidarla! -suplicó a los siete enanitos-. Yo velare su sueño y la protegeré por el resto de mi vida.
En un comienzo los enanitos se negaron, pero después aceptaron pensando que Blanca Nieves estaría más segura en el castillo.
Cuando los lacayos del príncipe levantaron la urna de cristal para llevársela, uno de ellos se tropezó y el cofre se sacudió. El trozo de manzana envenenada cayo de la boca de Blanca Nieves. Sus mejillas, hasta entonces de un pálido mortal, comenzaron a teñirse de rosa y sus ojos se abrieron lentamente. Los enanitos no podían contener su alegría, mient4as Blanca Nieves se arrodillaba al pie de Blanca Nieves.
-Deseo con todo mi corazón que seas mi esposa- susurro el príncipe conmovido.
Blanca Nieves que se había enamorado del apuesto príncipe, le respondió:
-Si seré tu esposa.
La boda se celebro con una gran fiesta. La malvada fue perdonada e invitada. ¡Pero cuando vio la belleza y dulzura de Blanca Nieves, se lleno de tal rabia y envidia, que cayo muerta al instante!
Blanca Nieves y el Príncipe vivieron felices en un hermoso castillo, y los siete castillos nunca tuvieron que regresar a trabajar a la mina de diamantes.
FIN
miércoles, 3 de junio de 2009
Pulgarcito
Érase un pobre campesino que estaba una noche junto al hogar atizando el fuego, mientras su mujer hilaba, sentada a su lado. Dijo el hombre:
- ¡Qué triste es no tener hijos! ¡Qué silencio en esta casa, mientras en las otras todo es ruido y alegría!
- Sí -respondió la mujer, suspirando-. Aunque fuese uno solo, y aunque fuese pequeño como el pulgar, me daría por satisfecha. Lo querríamos más que nuestra vida.
Sucedió que la mujer sintióse indispuesta, y al cabo de siete meses trajo al mundo un niño que, si bien perfectamente conformado en todos sus miembros, no era más largo que un dedo pulgar. Y dijeron los padres:
- Es tal como lo habíamos deseado, y lo querremos con toda el alma.
En consideración a su tamaño, le pusieron por nombre Pulgarcito. Lo alimentaban tan bien como podían, pero el niño no crecía, sino que seguía tan pequeño como al principio. De todos modos, su mirada era avispada y vivaracha, y pronto mostró ser listo como el que más, y muy capaz de salirse con la suya en cualquier cosa que emprendiera.
Un día en que el leñador se disponía a ir al bosque a buscar leña, dijo para sí, hablando a media voz: «¡Si tuviese a alguien para llevarme el carro!».
- ¡Padre! -exclamó Pulgarcito-, yo te llevaré el carro. Puedes estar tranquilo; a la hora debida estará en el bosque.
Echóse el hombre a reír, diciendo:
- ¿Cómo te las compondrás? ¿No ves que eres demasiado pequeño para manejar las riendas?
- No importa, padre. Sólo con que madre enganche, yo me instalaré en la oreja del caballo y lo conduciré adonde tú quieras.
«Bueno -pensó el hombre-, no se perderá nada con probarlo».
Cuando sonó la hora convenida, la madre enganchó el caballo y puso a Pulgarcito en su oreja; y así iba el pequeño dando órdenes al animal: «¡Arre! ¡Soo! ¡Tras!». Todo marchó a pedir de boca, como si el pequeño hubiese sido un carretero consumado, y el carro tomó el camino del bosque. Pero he aquí que cuando, al doblar la esquina, el rapazuelo gritó: «¡Arre, arre!», acertaban a pasar dos forasteros.
- ¡Toma! -exclamó uno-, ¿qué es esto? Ahí va un carro, el carretero le grita al caballo y, sin embargo, no se le ve por ninguna parte.
- ¡Aquí hay algún misterio! -asintió el otro-. Sigamos el carro y veamos adónde va.
Pero el carro entró en el bosque, dirigiéndose en línea recta al sitio en que el padre estaba cortando leña. Al verlo Pulgarcito, gritóle:
- ¡Padre, aquí estoy, con el carro, bájame a tierra!
El hombre sujetó el caballo con la mano izquierda, mientras con la derecha sacaba de la oreja del rocín a su hijito, el cual se sentó sobre una brizna de hierba. Al ver los dos forasteros a Pulgarcito quedáronse mudos de asombro, hasta que, al fin, llevando uno aparte al otro, le dijo:
- Oye, esta menudencia podría hacer nuestra fortuna si lo exhibiésemos de ciudad en ciudad. Comprémoslo. -Y, dirigiéndose al leñador, dijéronle: - Vendednos este hombrecillo, lo pasará bien con nosotros.
- No -respondió el padre-, es la niña de mis ojos, y no lo daría por todo el oro del mundo.
Pero Pulgarcito, que había oído la proposición, agarrándose a un pliegue de los calzones de su padre, se encaramó hasta su hombro y le murmuró al oído:
- Padre, dejadme que vaya; ya volveré.
Entonces el leñador lo cedió a los hombres por una bonita pieza de oro.
- ¿Dónde quieres sentarte? -le preguntaron.
- Ponedme en el ala de vuestro sombrero; podré pasearme por ella y contemplar el paisaje: ya tendré cuidado de no caerme.
Hicieron ellos lo que les pedía, y, una vez Pulgarcito se hubo despedido de su padre, los forasteros partieron con él y anduvieron hasta el anochecer. Entonces dijo el pequeño:
- Dejadme bajar, lo necesito.
- ¡Bah!, no te muevas -le replicó el hombre en cuyo sombrero viajaba el enanillo-. No voy a enfadarme; también los pajaritos sueltan algo de vez en cuando.
- No, no -protestó Pulgarcito-, yo soy un chico bien educado; bajadme, ¡deprisa!
El hombre se quitó el sombrero y depositó al pequeñuelo en un campo que se extendía al borde del camino. Pegó él unos brincos entre unos terruños y, de pronto, escabullóse en una gazapera que había estado buscando.
- ¡Buenas noches, señores, podéis seguir sin mí! -les gritó desde su refugio, en tono de burla. Acudieron ellos al agujero y estuvieron hurgando en él con palos, pero en vano; Pulgarcito se metía cada vez más adentro; y como la noche no tardó en cerrar, hubieron de reemprender su camino enfurruñados y con las bolsas vacías.
Cuando Pulgarcito estuvo seguro de que se habían marchado, salió de su escondrijo. «Eso de andar por el campo a oscuras es peligroso -díjose-; al menor descuido te rompes la crisma». Por fortuna dio con una concha de caracol vacía: «¡Loado sea Dios! -exclamó-. Aquí puedo pasar la noche seguro». Y se metió en ella.
Al poco rato, a punto ya de dormirse, oyó que pasaban dos hombres y que uno de ellos decía.
- ¿Cómo nos las compondremos para hacernos con el dinero y la plata del cura?
- Yo puedo decírtelo -gritó Pulgacito.
- ¿Qué es esto? -preguntó, asustado, uno de los ladrones-. He oído hablar a alguien.
Paráronse los dos a escuchar, y Pulgarcito prosiguió: -Llevadme con vosotros, yo os ayudaré.
- ¿Dónde estás?
- Buscad por el suelo, fijaos de dónde viene la voz -respondió.
Al fin lo descubrieron los ladrones y la levantaron en el aire:
- ¡Infeliz microbio! ¿Tú pretendes ayudarnos?
- Mirad -respondió él-. Me meteré entre los barrotes de la reja, en el cuarto del cura, y os pasaré todo lo que queráis llevaros.
- Está bien -dijeron los ladrones-. Veremos cómo te portas.
Al llegar a la casa del cura, Pulgarcito se deslizó en el interior del cuarto, y, ya dentro, gritó con todas sus fuerzas:
- ¿Queréis llevaros todo lo que hay aquí?
Los rateros, asustados, dijeron:
- ¡Habla bajito, no vayas a despertar a alguien!
Mas Pulgarcito, como si no les hubiese oído, repitió a grito pelado:
- ¿Qué queréis? ¿Vais a llevaros todo lo que hay?
Oyóle la cocinera, que dormía en una habitación contigua, e, incorporándose en la cama, púsose a escuchar. Los ladrones, asustados, habían echado a correr; pero al cabo de un trecho recobraron ánimos, y pensando que aquel diablillo sólo quería gastarles una broma, retrocedieron y le dijeron:
- Vamos, no juegues y pásanos algo.
Entonces Pulgarcito se puso a gritar por tercera vez con toda la fuerza de sus pulmones:
- ¡Os lo daré todo enseguida; sólo tenéis que alargar las manos!
La criada, que seguía al acecho, oyó con toda claridad sus palabras y, saltando de la cama, precipitóse a la puerta, ante lo cual los ladrones tomaron las de Villadiego como alma que lleva el diablo.
La criada, al no ver nada sospechoso, salió a encender una vela, y Pulgarcito se aprovechó de su momentánea ausencia para irse al pajar sin ser visto por nadie. La doméstica, después de explorar todos los rincones, volvióse a la cama convencida de que había estado soñando despierta.
Pulgarcito trepó por los tallitos de heno y acabó por encontrar un lugar a propósito para dormir. Deseaba descansar hasta que amaneciese, y encaminarse luego a la casa de sus padres. Pero aún le quedaban por pasar muchas otras aventuras. ¡Nunca se acaban las penas y tribulaciones en este bajo mundo! Al rayar el alba, la criada saltó de la cama para ir a dar el pienso al ganado. Entró primero en el pajar y cogió un brazado de hierba, precisamente aquella en que el pobre Pulgarcito estaba durmiendo. Y es el caso que su sueño era tan profundo, que no se dio cuenta de nada ni se despertó hasta hallarse ya en la boca de la vaca, que lo había arrebatado junto con la hierba.
- ¡Válgame Dios! -exclamó-. ¿Cómo habré ido a parar a este molino?
Pero pronto comprendió dónde se había metido. Era cosa de prestar atención para no meterse entre los dientes y quedar reducido a papilla. Luego hubo de deslizarse con la hierba hasta el estómago.
- En este cuartito se han olvidado de las ventanas -dijo-. Aquí el sol no entra, ni encienden una lucecita siquiera.
El aposento no le gustaba ni pizca, y lo peor era que, como cada vez entraba más heno por la puerta, el espacio se reducía continuamente. Al fin, asustado de veras, púsose a gritar con todas sus fuerzas:
- ¡Basta de forraje, basta de forraje!
La criada, que estaba ordeñando la vaca, al oír hablar sin ver a nadie y observando que era la misma voz de la noche pasada, espantóse tanto que cayó de su taburete y vertió toda la leche. Corrió hacia el señor cura y le dijo, alborotada:
- ¡Santo Dios, señor párroco, la vaca ha hablado!
- ¿Estás loca? -respondió el cura; pero, con todo, bajó al establo a ver qué ocurría. Apenas puesto el pie en él, Pulgarcito volvió a gritar:
- ¡Basta de forraje, basta de forraje!
Pasmóse el cura a su vez, pensando que algún mal espíritu se había introducido en la vaca, y dio orden de que la mataran. Así lo hicieron; pero el estómago, en el que se hallaba encerrado Pulgarcito, fue arrojado al estercolero. Allí trató el pequeñín de abrirse paso hacia el exterior, y, aunque le costó mucho, por fin pudo llegar a la entrada. Ya iba a asomar la cabeza cuando le sobrevino una nueva desgracia, en forma de un lobo hambriento que se tragó el estómago de un bocado. Pulgarcito no se desanimó. «Tal vez pueda entenderme con el lobo», pensó, y, desde su panza, le dijo:
- Amigo lobo, sé de un lugar donde podrás comer a gusto.
- ¿Dónde está? -preguntó el lobo.
- En tal y tal casa. Tendrás que entrar por la alcantarilla y encontrarás bollos, tocino y embutidos para darte un hartazgo -. Y le dio las señas de la casa de sus padres.
El lobo no se lo hizo repetir; escurrióse por la alcantarilla, y, entrando en la despensa, se hinchó hasta el gollete. Ya harto, quiso marcharse; pero se había llenado de tal modo, que no podía salir por el mismo camino. Con esto había contado Pulgarcito, el cual, dentro del vientre del lobo, se puso a gritar y alborotar con todo el vigor de sus pulmones.
- ¡Cállate! -le decía el lobo-. Vas a despertar a la gente de la casa.
- ¡Y qué! -replicó el pequeñuelo-. Tú bien te has atiborrado, ahora me toca a mí divertirme -y reanudó el griterío.
Despertáronse, por fin, su padre y su madre y corrieron a la despensa, mirando al interior por una rendija. Al ver que dentro había un lobo, volviéronse a buscar, el hombre, un hacha, y la mujer, una hoz.
- Quédate tú detrás -dijo el hombre al entrar en el cuarto-. Yo le pegaré un hachazo, y si no lo mato, entonces le abres tú la barriga con la hoz.
Oyó Pulgarcito la voz de su padre y gritó:
- Padre mío, estoy aquí, en la panza del lobo.
Y exclamó entonces el hombre, gozoso:
- ¡Loado sea Dios, ha aparecido nuestro hijo! -y mandó a su mujer que dejase la hoz, para no herir a Pulgarcito. Levantando el brazo, asestó un golpe tal en la cabeza de la fiera, que ésta se desplomó, muerta en el acto.
Subieron entonces a buscar cuchillo y tijeras, y, abriendo la barriga del animal, sacaron de ella a su hijito.
- ¡Ay! -exclamó el padre-, ¡cuánta angustia nos has hecho pasar!
- Sí, padre, he corrido mucho mundo; a Dios gracias vuelvo a respirar el aire puro.
- ¿Y dónde estuviste?
- ¡Ay, padre! Estuve en una gazapera, en el estómago de una vaca y en la panza de un lobo.
- Pero desde hoy me quedaré con vosotros.
- Y no volveremos a venderte por todos los tesoros del mundo -dijeron los padres, acariciando y besando a su querido Pulgarcito. Diéronle de comer y de beber y le encargaron vestidos nuevos, pues los que llevaba se habían estropeado durante sus correrías.
Fin
Autor: Hermanos Grimmmartes, 2 de junio de 2009
a jugar decorando!!
- Te invito a que sigas jugando junto a hansel y gretel usando tu imaginacion
- Tenes que decorar la casa con todos los dulces que encuentres . Que esperas a jugar!!
lunes, 1 de junio de 2009
Hansel y Gretel
Erase una vez un leñador muy pobre que tenía dos hijos: un niño llamado Hansel, y una niña llamada Gretel, y que había contraído nuevas núpcias después de que la madre de los niños falleciera. El leñador quería mucho a sus hijos pero un año una terrible hambruna asoló la región. Casi no tenían ya que comer y una noche la esposa del leñador le dijo: “No podremos sobrevivir los cuatro otro invierno. Deberemos tomar mañana a los niños y llevarlos a la parte más profunda del bosque cuando salgamos a trabajar. Les daremos un pedazo de pan a cada uno y luego los dejaremos allí para que ya no encuentren su camino de regreso a casa. El leñador se negó terminantemente porque amaba a sus hijos y sabía que si los dejaba en el bosque morirían de hambre o devorados por las fieras, pero su esposa le dijo: “Tonto, ¿no te das cuenta que si no dejas a los niños en el bosque, entonces los cuatro moriremos de hambre?”- Y tanto insistió, tanto insistió, que finalmente convenció a su marido. Pero afortunadamente los niños estaban aún despiertos y oyeron todo. Hansel dijo a su hermana: “No te preocupes Gretel, que tengo la solución”. A la mañana siguiente todo ocurrió como habían oído. Los levantaron temprano, le dieron un pedazo de pan a cada uno y emprendieron la marcha hacia el bosque. Lo que el leñador y su mujer no sabían era que durante la noche, Hansel había salido al jardín para llenar sus bolsillos de guijarros blancos, y ahora, mientras caminaban, lenta y sigilosamente fue dejando caer guijarro tras guijarro formando un camino que evitaría que se pierdan dentro del bosque. Cuando llegaron a la parte más boscosa, encendieron un fuego, sentaron a los niños junto a él y les dijeron que aguardaran allí hasta que terminaran de trabajar. Por largas horas, hasta que se hizo de noche, los niños permanecieron junto al fuego tranquilos porque oían a lo lejos un clap-clap, que supusieron sería el hacha de su padre trabajando todavía. Pero ignoraban que su madrastra había atado una rama a un árbol para que hiciera ese ruido al ser movida por el viento. Cuando la noche se hizo más cerrada Gretel decidió que era tiempo de volver, pero su hermano le dijo que debían aguardar aún a que saliera la luna. Así lo hicieron, y cuando esto ocurrió la luz lunar iluminó los guijarros blancos dejados por Hansel como si fueran un camino de plata. Cuando a la mañana siguiente los jóvenes golpearon en la puerta de su padre, la madrastra estaba furiosa, pero el leñador se alegró inmensamente, porque lamentaba mucho lo que acababa de hacer.
Subsistieron entonces los cuatro juntos un tiempo más, pero al poco, una hambruna aún más terrible que la anterior volvió a devastar la región. El leñador no quería separarse de sus hijos pero una vez más su esposa lo convenció de que era la única solución. Los niños oyeron esto pero esta vez Hansel no pudo salir a recojer los guijarros porque su madrastra había cerrado con llave la puerta. De todas formas, dijo a Gretel: “No te preocupes, que hago se me ocurrirá”, y cuando a la mañana siguiente dejaron la casa, Hansel fue dejando caer todo a lo largo del camino, las miguitas del pan que le habían dado antes de partir. Nuevamente los dejaron junto al fuego, en lo profundo del bosque, pero cuando quisieron volver comprobaron que todas las miguitas dejadas por Hansel habían sido comidas por las aves del bosque.
Solos, muertos de hambre y de miedo, los dos niños se encontraron en un bosque espeso y oscuro del que no podían hallar la salida. Vagaron durante muchas horas hasta que por fin, encontraron un claro donde sus ojos descubrieron la maravilla más grande que jamás hubiesen podido imaginar: ¡una casita hecha de dulces!. Los techos eran de chocolate, las paredes de mazapán, las ventanas de caramelo, las puertas de turrón, el camino de confites, ¡un verdadero manjar! Hansel corrió hacia la casita diciendo a su hermana: “¡Ven Gretel, yo comeré del techo y tu podrás comerte las ventanas!” Y así diciendo, los niños se avalanzaron sobre la casa y comenzaron a devorarla sin notar que, sigilosa, salía a su encuentro una malvada bruja que inmediatamente los tomó prisioneros.
Alemania Federal 1961 Nº Yvert 258“Veo que querían comer mi casa-dijo la bruja- Pues ahora yo los voy a comer a ustedes”. Y así diciendo los examinó: “Tu, la niña-dijo mirando a Gretel-me servirás para ayudarme mientras engordamos al otro, está muy flacucho y así no me lo puedo comer”. Y sin prestar atención a las lágrimas de los niños tomó a Hansel y lo metió en una diminuta prisión. Día a día debía Gretel llevarle los alimentos que la bruja preparaba para su hermano, esperando el día en que estuviese lo suficientemente gordo para comérselo. Sin embargo, los niños habían urdido un plan. Como la bruja era muy corta de vista, todos los días le pedía a Hansel que le muestre uno de sus dedos para sentir si ya estaba rellenito.
Pero lo que el niño hacía era sacar por entre los barrotes de su jaula, un huesito de pollo, de forma tal que la bruja sentía lo huesudo de su presa y decidía esperar un tiempo más. Sin embargo, y como era de esperarse, esa situación no podía durar por siempre, y un mal día la bruja vociferó: “Ya estoy cansada de esperar que este niño engorde. Come y come todo el día y sigue flaco como el día que llegó”. Entonces encendió y gigantesco horno y dijo a Gretel, métete dentro para ver si ya está caliente, pero la niña, que sabía que en realidad lo que la bruja quería era atraparla dentro para comérsela también, le replicó: "No se como hacer eso". La bruja, fastidiada le dijo: "Si serás tonta. Es lo más fácil del mundo, te mostraré cómo hacerlo" Y se metió dentro del horno.
Gretel, sin esperar un momento, cerró la pesada puerta y dejó allí atrapada a la malvada bruja que, dando grandes gritos murió quemada. Gretel corrió junto a su hermano y lo liberó de su prisión.
Entonces los niños vieron que en la casa de la bruja había grandes bolsas con montones de piedras preciosas y perlas. Así que llenaron sus bolsillos lo más que pudieron y a toda prisa dejaron aquel bosque encantado. Caminaron un tiempo más y finalmente dieron con la casa de su padre. Al verlos llegar el leñador se llenó de júbilo porque desde que los había abandonado no había pasado un solo día sin que lamentase su decisión. Los niños corrieron a abrazarlo y, una vez que se hubieron reencontrado, vaciaron sus bolsillos ante los incrédulos ojos de su padre que nunca más debió padecer necesidad alguna.-